lunes, 6 de julio de 2009

Teatro Non-Fiction



Una revuelta estalla con la explosión de un grito revolucionario. No podemos dejar de escuchar los vacios costumbristas de medios que van hacia allá, en un día a día de show que no detiene los detalles de vuestra respiración. Un cerrojo, diez puertas, cien presos y miles de cárceles se fueron sucediendo mientras nos preocupaba más irnos, que llegar y quedarse. Me refiero a un sedentarismo que se erige, en los discursos de la moderna vedette post industrial, como el cáncer en la acción individual del progreso. Pero como espectador y renunciante de esta gran malaria en la que subsistimos llamada libertad, reclamo mi palabra para denunciar mi libre albedrío y ofrezco la suciedad de mi celda para detenernos a barrer la hegemonía del confort ideológico. Me invito a cuestionarme y a responderme al mismo tiempo, juez y parte en una actuación brillantemente contradictoria. Un interrogatorio que enamora la conciencia.

¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo dejarán de acusar las agujas en el jurado cronológico?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo se despedirá este manjar de incertidumbres?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo terminará el desfile de frustraciones escondidas bajo los harapos de la memoria?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo se silenciarán los chillidos punzantes en los oídos?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo llegarán las certezas cabalgando un destino?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que las preguntas son un delirio de aquellos que interrogan la vida?
¿Cuánto tiempo más? ¿Cuándo entenderemos que la respuesta camina detrás nuestro, sigilosa, escondida?
¿Cuánto tiempo más?
¿Cuánto más tiempo?
¿Más cuánto tiempo?
¿Tiempo más cuanto?
¿Más tiempo cuanto?
¡¿Tiempo cuanto más?!

De pronto, el dolor paraliza la voz y el hermetismo no me deja ver más allá de mi cuerpo maltrecho. Un corazón agudiza su lamento con la potencia de un tambor murguero. Aviones estrellándose en el cielo oscuro de mi imaginación condimentada por las mieles de algún terrorismo derrocado. Un recuerdo que nunca fue historia se tatúa en mí. Los parpados se retuercen en mares de angustias. Las manos tiemblan una aventura sólo imaginada por una fe sin sabor ni realidad. La amargura es una enredadera que se aferra a mí y pretende asfixiarme. Han pasado varias arenas y aún no puedo desahogarme lo suficiente.