martes, 30 de junio de 2009

La serenata de los caídos


El derrotero se afirma en cada paso circular que doy en una minúscula escenografía de encierro. El mareo aplaude de reojo a la angustia, como si la ansiedad se presentara ante ambos. Las dudas se serruchan en sucesivas ventiscas y los barrotes se tornan difusos ante cada pensamiento. “No hay marcha atrás ni revolución” balbuceo constantemente para no enfermar de soledad. Así, tan caduco, inexpresivo, violento y nauseabundo giro una y otra vez… otra y una vez.
Ni mi cuerpo me pertenece. Se ha librado a la desidia de los automatismos. El silencio trabaja incansablemente para callarse. Cuatro símbolos escupen mis pupilas y se estrellan tan pronto como un instante. “Ya pasó”, repito incrédulo. Amor, Religión, Cultura y Poder se seducen, se besan, y argumentan la asfixia. La salida se aleja tanto como se acerca, con la ambigüedad de una mueca. Sigiloso retomo mis vaivenes. Borracho de frío dibujo un signo de interrogación en el techo. Tiemblo, grito sin cuerdas, salto sin piernas y creo sin fe.
Corridas, fierros, traspiés y llantos se atropellan en los pasillos. Un golpe seco sabotea mi audición. El círculo se rompe y puedo desatar mi andar por unos segundos. ¿Qué son unos segundos? Nada posiblemente… pero mucho para un par de ojos ahogados en sangre que, moribundos, se conectan con una voz delirante pero certera para enunciar un digno final: “un suspiro costó mi vida y una persecución la muerte”. Una foto, un libro, una frase, una conciencia, un cuerpo tendido en el piso, una vida… todo puede arder y sofocarse en unos segundos.

lunes, 29 de junio de 2009

Noche Uno

La ley de la dignidad me llevó a pasear a la cárcel de las elecciones. Quedé preso por un tiempo. No se si fueron días, meses o años, pero he aquí una crónica de aquellos funerales de autoestima.


Helicopteros en la noche. Una persecución sin luces en las calles. Sólo fantasmas negros que saborean el amargo escondite de una sombra indescifrable.
Las imágenes susurran en una habitación sin espejos. Cuadros se suceden en una suerte de vanguardia de elixir. Discos y libros, cabeza a cabeza, en una puja intelectual.
El ruido urbano grita en las afueras. Pide entrar en escena, pero los ladrillos son jueces estrictos del resguardo solitario.
Un ronquido en la percepción puede llevar a un sueño sin alarmas, ni costumbres. ¿Cuando zarpará el despertar? ¿acaso no ha regresado del navío de recuerdos y presunciones?
La respuesta tiene sustento. El humo pretende un ascenso irrefrenable hacia una panorámica sweet suite.
Un puñado de finales se disputan en un sólo partido. Movimientos sentidos de remordimientos propios y extraños. El lugar perverso del no lugar merodea y frecuenta el espacio. Letras y palabras se aman y se distancian con el enchastre de una tinta paranóica.
Las hélices viborean su curso normal -el persecutorio-. La oscuridad se adueña de los colores, para secuestrarlos en un susto.
El escape está a la vuelta de la esquina. Sólo hay que divisarlo con la perseverancia con la que se embriagan los temores en los bares del miedo.
Si tan solo tuviese un argumento para ser testigo de mi destino... Pero no, no quiero presenciar mi ausencia en una elección.